Es un suicidio espectativizarse con una serie de BDSM en una plataforma
audiovisual de entretenimiento de distribución masiva sin restricciones
etarias, raciales y culturales, cuando se trata de una práctica enarbolada por
grandes teóricos de la historia de la psicología, filosofía y
antropología en la madre tierra.
Es notorio que se puede lavar, empaquetar y reterritorializar sin horrorizar a nadie que se precie de haber leído sobre, una práctica históricamente disruptiva en la teoría de los placeres y los deseos... Pero así está y estamos de galimatías, todo tiene código de barras en alguna parte.
"Ni los griegos se animaron a tanta tibieza" diría el pelado con polera.
"Ni Edipo fue tan condescendiente con su padre" diría el merquero
mamero.
"Ni el significante es tan bobo para encadenizarse en esto" diría el
conferencista en Venezuela.
Nadie puede augurar algo bueno sin que corra sangre, porque en el
universo de esta ficción la gravedad no acata las leyes de la física y
ni siquiera menstrúan los úteros.
Pero esta expresión artística es un buen ejemplo de lo que el BDSM ¡NO!
es para la cultura y la humanidad, en su sentido realizante como existente que habita una piedra que
cae en picada a ciento sesenta mil kilómetros por hora persiguiendo
una estrella en el vacío.
El vacío, no en el sentido del corte de carne apetecible en todo asado o cena/almuerzo de una casa que se precie de bien, pero si la carne viva que apetece placeres y porque no nuevos placeres... ¿Qué tenemos que hacer para que se creen nuevos deseos?