Continuando con la trema lumínica del prebrote psicótico que la cinefilia tergiversa a gusto y piacere, corresponde señalar que surge a toda obra maestra destacarse en algún aspecto, no siempre abarcando de manera equilibrada todo el resto de los elementos que ciernen sobre el corte que traza en su estreno.
Sobre eso me parece interesante meditar cuando enfrentamos esta obra fílmica que podría haber sido protagonizada por un equipo de rugby masculino que se atora por una tormenta en el mismo hotel, y sin lugar a dudas toda la grandilocuencias del montaje, fotografía, suspenso y coso tendrían la misma eficacia, grandilocuencia y reconocimiento de taquilla.
Pero por obra de la (no)casualidad vemos una familia que padece los embates de una casa/hotel maldite, instancia mítica bastante visitada, como también lo es el eje familiarista paternal de violencia y abuso que empieza mucho antes de que el progenitor sea dominado espiritualmente por la soledad frustrada de la maldición de los ladrillos. Sin la película en esta familia habría muerto alguien seguro, en un equipo de rugby también.
Tener grandes logros en aspectos técnicos, estéticos y de narrativa no hacen buena una historia, y esta no es una buena historia. Las operaciones sobre el libro original obedecen a la convicción del director en cuanto a la forma de presentación de los conflictos audiovisualmente, pensando claramente en el espacio que va a ocupar en las salas tamaña producción. No sólo sabe como impresionar también piensa en el espectador ávido de experiencias de poco vuelo, y se tribunicia cuando acude a los golpes bajos que cualquier ser del discurso cultural, operando con uñas y dientes el deseo que conoce que podría querer si no fuera un solitario cualunque sin dinero.
"Todo muy rico" decía mientras se abrochaba el pantalón y agregaba "A vos te gusta llenar las salas y yo prefiero encontrar formas contraproductivas."