La ausencia de aceptación de la pérdida reina dificultosamente en la actualidad, vendiendo duelos eternos en una fantasía de correctitud. Se añora la vida de los ídolos eternos, que sin cuerpo no dejan de no morirse; y un río del Leteo se seca y nadie se quiere perder de nada o de nadar su nado.
La idea de pérdida es un oxímoron cuando tenemos la repetición eterna de los juglares zombies reinventada por su séquito de fans (mirada capciosa). Pasa con los artistas musicales como también con escritores, actores, directores o cualquier disciplina que precie de ausencia actual de talento como la obra que se reflota, que obviamente lo es, por mérito en su momento y hoy también lo son para poder cerrar el balance anual en positivo.
El negocio no lo tienen los muertos, claramente, los herederos y dueños de derechos tienen la pleitesía de ofertarmos un revaival antológico de una época de nuestra vida que añoramos penando por superada. Estirando la agonía del progreso que no vemos llegar, llama la atención una obra del autor que supo no dejarla de acceso como propia, y cuando este no está somos testigos del raspage de fondos de ollas.
Nunca hay olvido de la creatividad vertida ni de la chispa lúcida, pero la refritación de los testimonios de propios y cercanos, que nos adoctrinan entender una canción, un libro o una actuación son leguleyos particulares de la incapacidad de transcender de quienes no matan su imagen del idolatrado.
Si a este personajes al que le damos nuestro foco, le interesara transmitir su mensaje fuera de su obra las palabras vertidas las transformaría en conferencias, libros, seminarios... pero nunca lo que diga puede superar su acción artística retratada. Si fuera de la manera opuesta, estaríamos frente un desperdicio de otro índole, que ameritaría otro artículo.
En los artistas nuevos o de obras jóvenes podemos apreciar la mejor referencia actual de la obra que los influenció, revivir genios que no pueden defenderse en vez de ser movilizado por la cercanía del presente, en los ojos de un par que le da materialidad a la necesidad de exponer su expresión, para que deje de ser de ella/él. Muerto el ídolo... viva el ídolo.
¿Para qué más?... Descanse.