Siempre con la actualidad en estos artículos, porque la continuidad de este este nombre de ficción está interrumpido, hasta nuevo aviso, quiero mencionar quizá lo que podría ser uno de los motivos por el cual a sido suspendida.
El que haya visto allá a los lejos en el llano del tiempo yo en los primeros capítulos, llamo de una crudeza particular, ya que tanto en la temática como en la forma de contarlo chorrea buen gusto. Si bien en ambas versiones la impronta proyectiva del sentido que los elementos tecnológicos pueden cobrar, si se habilitaran comercialmente determinadas intromisiones de la cotidianidad; hay un empobrecimiento discursivo moral en el salto del charco.
Un espejo negro por si mismo es un supuesto técnico ya que simplemente sería un vidrio que no refleja luz, en el traspaso la orientación epistolar cobra un ribete moral, innecesario, por la búsqueda intencional de ser masivo. Recortando así los espacio más incómodos y alcanzando a un apto todo público milagroso... ¿Está mal? No ¿Me gustó? No... ¿A quien le importa? A mí.
La amoralidad de la tecnología se vive desde antes del invento de la guillotina, la cultura en la historia genera herramientas abominables por la moralización evangelizante de la perpetuidad discursiva. En este mismo momento la escritura de estas ideas se congelan al escribirlas, y en la lectura que estás haciendo vemos como se materializa el fallo de una síntesis en palabras de la sensación que quiero plasmar, desde ya gracias por el intento de comprensión que aplicás sobre lo estructurado que permite este soporte donde lo vez... el subjetivo es inevitable.
Cuanto más popular, más hegemonizante. El embrutecimiento del mensaje es la única manera de ser feliz. Cuanto mayor sea el alcance más ganancia para los participantes en la comercialización de la expresión cultural de acceso masivo monopolizante omnipresente omnisciente, pero alguien pierde... el espectador... el que quiere elegir... que escribe lo propio.