Con el permiso de Uds voy a hacer gala de mi añaje, para recordarles esta pieza cinematográfica que ocupó las salas de cine y los video clubs. Cuenta la historia de un personajito atareado y superado por sus responsabilidades que un día explota. Hasta aquí todo normal... bueno en realidad no, porque está mal estar mal.
Es lamentable la imposibilidad de poder seguir todas las reglas desde la primera hasta la última, que son impuestas en esta convivencia terrestre que nos atraviesa (no importa cuando se lea esto). La única habilidad que se desarrolla mientra respiremos, es moderar la alienación rutinaria de lo que llamamos normalidad consensuada, en equilibrio heterocapitalista.
Esta película muestra como está mal volverse loco, o mejor dicho, romperse en cómodas cuotas para que no colapsen los hospitales y agentes de salud al unísono. La obligatoriedad que imprime un sistema deshumanizante, si es que el humano es algo, subsume al diferente de una manera arcaica, sin poder asir su reclamo que es el de muchos o, en su defecto, el de todos... ¡Poder vivir una vida vivible!
El tono de comedia y sarcasmo es vital tanto para este celuloide, como para deambular por este atravesamiento temporal que lo medimos en palpitaciones y horas de sueño, con la fortuita gratificación ocasional de un relato que nos cuentan nuestras neuronas, para pueda ser vertido en divanes divinos.
Es sabido, pero no está de más aclarar, que la blancura de este loco desatado occidentalizado colonialista (por ser potencia mundial), goza como derecho adquirido con sangre sobre la riqueza de los débiles, tener voz en su queja, pero es un triste ápice de que a nadie le funciona esto que está en marcha.